viernes, 13 de julio de 2012

LA JARANA

La jarana yucateca es un baile y una forma musical originarios de la Península de Yucatán, México. Jarana según el diccionario1 quiere decir jolgorio, bullicio, diversión ruidosa de la gente del pueblo. En la época de la colonia, durante los siglos XVII y XVIII, en la Península de Yucatán, los españoles y los criollos solían decir despectivamente cuando empezaban las fiestas populares, "ya empezó la jarana". El pueblo indígena entendió esto como si se refirieran a la música que se tocaba durante las festividades y atribuyó el nombre como genérico a los sones que se interpretaban. Fue así que el baile regional de Yucatánadoptó el nombre de Jarana.2
La jarana se baila en las vaquerías que son fiestas originalmente asociadas con el proceso de marcar el ganado y que ahora están relacionadas también a motivos religiosos en los pueblos de Yucatán. En la actualidad la jarana se ha convertido en el baile emblemático de la región y su perfeccionamiento y representación, se ha vuelto tema académico y es utilizado para mostrar a los visitantes en general las habilidades de los habitantes y los vestidos típicos del país. En la ciudad de Mérida, capital del estado mexicano de Yucatán, por ejemplo, se cuenta con un gran número de grupos especializados en el baile de la Jarana, que hacen de su arte tema de muestra y orgullo ante la población y los turistas.3La tradición
El origen
Podría decirse que tanto la música como los bailables tienen una cierta influencia de la Jota aragonesa, y en efecto hay ciertos aires, ritmos y modos que la rememoran, pero es absoluta su originalidad y desde luego, como cualquier otro producto cultural del mestizaje, ancla su raigambre en las dos fuentes que la nutren: lo maya y lo español.
El baile y la forma musical
Véase también: Vaquería (fiesta)
El baile se hace normalmente por parejas, que no tienen diferenciados —hombres de mujeres— los pasos que se dan por zapateado, realizando giros con los brazos en alto, en ángulo recto —al estilo de los bailadores de jota—, manteniendo el tronco del —abdomen hacia arriba— de manera erguida, mientras las extremidades inferiores se mueven al ritmo de la música al igual que los giros y el mecerse de los cuerpos. Esta posición erguida permite a los bailadores sostener objetos en la cabeza sin que se caigan, lo que se convierte en una de las suertes características del baile: los más dotados sostienen una botella llena de líquido o incluso una charola con varios vasos o botellas llenos, sin derramar el contenido.
La jarana 6 x 8 es zapateada, movimiento vivo marcador a dos tiempos. Lo otra métrica, la jarana 3 x 4, tiene el tiempo del vals y es la más parecida a la jota aragonesa. A esta modalidad, que era exclusivamente para ser bailada, le han agregado textos en rima ya sea añadiendo un verso a la música preexistente o musicalizando un verso, generalmente corto y del género picaresco, al que se denomina "bomba". En un momento determinado, en el curso del baile, que suele durar 20 minutos y hasta media hora, se detiene la música y el baile y se suelta la "¡bomba!", que hace reír a los participantes y al público en general:
"De tu ventana a la mía hay un paso.... Yo quise darlo y me di un trancazo...,
o bien,
Quisiera ser zapatito para calzar tu lindo pie y ver de vez en cuando lo que el zapatito ve.
Y sigue la música y el baile y el fandango y la jarana.4 5
Otra suerte del baile es ejecutarlo sobre un almud, cajoncillo de madera que servía a los árabes como medida para comprar y vender granos y que se utilizó en Yucatán para la medición de maíz desgranado. Por las pequeñas dimensiones del almud, se requiere de una habilidad especial para que el baile luzca.6
Las parejas que bailan jarana lo hacen ataviadas del típico traje regional. Ellas, con el tradicional terno (porque consta de tres piezas) yucateco, adornado con espléndidos bordados en punto de cruz, de muy diversos colores y diseños, pero principalmente de flores estilizadas. Ellos, con el traje denominado de mestizo, consistente en una sencilla guayabera blanca con un pantalón también enteramente blanco y alpargatas, que son el calzado tradicional de los mayas
El conjunto musical o Charanga jaranera
Consta la "Charanga jaranera", conjunto que acompaña a los bailadores, de algunos elementos esenciales: dos trompetas, dosclarinetes, un trombón, un saxofón-tenor, un contrabajo, dos timbales y un güiro. Puede el conjunto crecer más hasta formar pequeñas orquestas como la Orquesta Típica Yucalpetén, que acompaña en una fiesta ya tradicional, todos los jueves por la noche en la Plaza de Santa Lucía, en la Ciudad de Mérida (Yucatán), a los conjuntos jaraneros más renombrados de la región que ahí hacen sus presentaciones para deleite de propios y extraños.
wikipedia




 la jarana segun http://danzatotal.blogspot.mx

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La jarana yucateca es un baile y una forma musical originarios de la Península de Yucatán, México. “Jarana” según el diccionario quiere decir jolgorio, bullicio, diversión ruidosa de la gente del pueblo. En la época de la Colonia durante los siglos XVII y XVIII, en la Península de Yucatán los españoles y los criollos solían decir despectivamente cuando empezaban las fiestas populares: “ya empezó la jarana”. El pueblo indígena entendió esto como si se refirieran a la música que se tocaba durante las festividades y atribuyó el nombre como genérico a los sones que se interpretaban. Fue así que el baile regional de Yucatán adoptó el nombre de Jarana.


Auténtica muestra del mestizaje artístico la jarana atrae y conquista, ya sea por la cadencia y elegancia de los pasos, por la alegría de la música, o por la actitud solemne de los bailadores cuando zapatean.

Nuestro Yucatán es muy rico en tradiciones, su cultura es una de las más transcendentes y con muchos legados, entre ellos su música y sus danzas.

La jarana alcanza su clímax durante las vaquerías, que son fiestas asociadas con el proceso de marcar el ganado y que ahora están relacionadas también a motivosreligiosos de las diferentes poblaciones del estado, que se realizan tradicionalmente mediante un verdadero ritual protocolario, en donde el bastonero a su arbitrio se encarga de designar a los compañeros de las jóvenes para el baile. Las vaquerías toman su nombre y tienen su origen en la fiestas que se hacían antiguamente para herrar el ganado vacuno en las haciendas; en la actualidad, sólo quedan algunos vestigios, como el hecho de que se finaliza la fiesta con la ejecución de El Toro GrandeEn la actualidad la jarana se ha convertido en el baile emblemático de la región y su perfeccionamiento y representación se ha vuelto tema académico y es utilizado para mostrar a los visitantes en general las habilidades de los habitantes y los vestidos típicos del país. La ciudad de Méridacapital del estado mexicano de Yucatán, cuenta con un gran número de grupos especializados en el baile de la Jarana, que hacen de su arte tema de muestra y orgullo ante la población y los visitantes.

Podría decirse que tanto la música como los bailables tienen una cierta influencia de la Jota Aragonesa, y en efecto hay ciertos aires, ritmos y modos que la rememoran, pero es absoluta su originalidad y desde luego, como cualquier otro producto cultural del mestizaje, ancla su raigambre en las dos fuentes que la nutren: lo maya y lo español.

El baile se hace normalmente por parejas. Los pasos se dan por zapateado y predomina en el baile de la jarana el hieratismo de las danzas aborígenes que influye en la verticalidad de las posturas de sus intérpretes, que en las partes valseadas realizan giros con los brazos en alto en ángulo recto – al estilo de los bailadores de jota – y tronando los dedos, reminiscencia de las castañuelas españolas. Con esta sola excepción, el baile de la jarana se limita a las extremidades inferiores, manteniendo el tronco del abdomen hacia arriba de manera erguida particularidad que la distingue de la jota y del zapateado español. El tronco del bailador permanece erguido, y esa posición erguida permite a los bailadores en algunas piezas sostener objetos en la cabeza sin que se caigan, lo que se convierte en una de las galas o suertes características del baile. Los más dotados sostienen una botella llena de líquido o incluso una charola con varios vasos o botellas llenos, sin derramar el contenido.


El zapateado de la jarana no tiene pasos fijos ni diferenciación entre los del hombre y de la mujer. En ciertas comunidades predominan determinados pasos localmente tradicionales, sin que ello excluya otros diferentes, propios de la fantasía de los bailarines, ya que cada quien puede realizar sus creaciones personales, entremezclando varios pasos ya conocidos.

Dos golpes de timbal marcan el inicio del baile, inmediatamente el bastonero forma las parejas a su arbitrio procurando que ninguna se quede sin participar y las forma en dos largas filas, frente a frente, una de hombres y otra de mujeres. Cada pareja conserva su autonomía en el baile y su propio ámbito de dos metros aproximadamente, en el cual se entrecruza y realiza todas las figuras que su habilidad le permite.

Existen dos formas métricas de este tipo de baile: la jarana 6 por 8 (compás músical de 6/8), zapateada, nieta de los aires andaluces e hija de los sones mestizos, es de movimiento vivo marcado a dos tiempos, cuyo acento rítmico cae en el segundo tercio del tiempo ligero del compás, en una nota que puede ser prolongada hasta el tercer tercio o sincopada hasta el primer tercio del compás siguiente.

Una de las características musicales de la jarana 6 por 8 (compás musical de 6/8) es la de reforzar el segundo tercio del tiempo pesado de los compases impares, mediante una apoyatura superior de segunda, mayor o menor. En la actualidad se ha perdido esta particularidad en su escritura, más no así en su ejecución, ya que los músicos intuitivamente la hacen siempre, a manera de adorno.

La jarana 3 por 4, (compás músical de 3/4) nacida posteriormente, es valseada y tiene el aire de la jota aragonesa de la que deriva, por ellos su movimiento metronómico es igual a 84 blanca un puntillo, inicialmente la jarana 3 por 4 (compás músical de 3/4) era exclusivamente para ser bailada, posteriormente se le han agregado textos rimados, ya sea adaptándolos a una música preexistente o bien musicalizando determinados versos festivos, generalmente cortos y del género picaresco. Un ejemplo es “La fiesta del pueblo” de Manuel Burgos Vallina.

En el siglo XX se introdujo la costumbre de escribir jaranas que contienen ambos ritmos, la primera en 3 por 4 (compás musical de 3/4) y la segunda en 6 por 8 (compás musical de 6/8) como “Mi lindo Motul” de Armando González Domínguez y “La Morena de mi Pueblo” de Manuel Gil Lavadores.

Derivada de antiguos sones regionales, la música es también una mezcla peculiar de canciones y ritmos europeos con expresiones milenarias del alma musical del pueblo maya. La música, estrepitosa y sonora, es ejecutada por una “charanga jaranera”, conjunto que acompaña a los bailarines y que consta de algunos elementos esenciales: dos trompetas, dos clarinetes, un trombón, tres saxofones (dos altos y un tenor), un contrabajo, bombo, un güiro y dos timbales. El conjunto puede crecer más hasta formar pequeñas orquestas como la Orquesta Típica Yucalpetén, que acompaña en una fiesta ya tradicional todos los jueves por la noche en la Plaza de Santa Lucía en la Ciudad de Mérida a los conjuntos jaraneros más renombrados de la región que ahí hacen sus presentaciones para deleite de propios y extraños. La música yucateca es muy alegre y bonita, y también son románticos, por ello es que hay tantos compositores yucatecos mundialmente conocidos.

En un momento determinado en el curso del baile, se detienen la música y el baile y se suelta la "bomba", que hace reír a los participantes y al público en general. La bomba yucateca comúnmente es una cuarteta o una redondina octosílaba que se dice como piropo a la mujer con quien se baila o hace alusión al momento que se disfruta. Puede ser romántica o jocosa, pero nunca grosera.

Una voz grita: "¡Bomba!" y la música se interrumpe, entonces el mestizo se adelanta y dice la cuarteta; la gente responde: "Bravo" y continua la música, el baile,el fandango y la jarana.

Ejemplos de “bombas”:

En esa boquita en flor
que te ha regalado Dios,
no hay ningún labio inferior, 
son superiores los dos.

Mestiza bella y galana 
de Yucatán linda flor,
tu hermosura meridiana hace que cada mañana viva soñando en tu amor.

Una suerte de la jarana es ejecutar el baile sobre unalmud, cajoncillo de madera que servía a los árabes como medida para comprar y vender granos y que se utilizó en Yucatán para la medición del maíz desgranado. Por las pequeñas dimensiones del almud, se requiere de una habilidad especial para que el baile luzca.

Vestimenta


El vestido típico de las mujeres de Yucatán recibe el nombre de “terno”. Como su nombre lo indica, consta de tres piezas: jubón, hipil y fustán. El jubón es una solapa cuadrada de veinte o más centímetros de ancho bellamente decorada con motivos bordados, su encanto radica en el escote cuadrado que deja libre parte del pecho y la espalda, con delicada audacia. Ésta va en el cuello del hipil, que es el vestido cuadrado que cubre el cuerpo de la mujer hasta media pierna, cuya parte inferior está decorada de igual forma que el jubón. El fustán es un medio fondo rizado que se ajusta a la cintura con una pretina de la misma tela debajo del hipil, llega a cuatro dedos arriba de los tobillos y está decorado con encaje y bordados. Cada una de estas prendas lleva un “ruedo” bordado en punto de cruz o a máquina. Los ruedos se complementan con anchos encajes blancos que penden del hipil y del fustán. El jubón lleva un encaje delgado en la orilla.

Existe una gran variedad de ternos bordados en hilos de seda o de algodón con diversos motivos florales (rosas, claveles, campánulas, tulipanes), realizados sobre telas de charmés, raso o dacrón. El bordado se puede hacer de diferentes tipos; el más bello y también el más complicado es el xokbichuy o punto de cruz, el cual se hace a mano. Los bordados se combinan, en ocasiones, con la técnica de “manicté” (del maya xmanikté), que es un calado o deshilado a mano para formar figuras o flores mediante amarres. Algunas prendas tienen únicamente adornos de este tipo, lo cual muestra la laboriosidad y el gusto de la mujer por la confección del vestido. En los pueblos aún se puede observar la veterana, clásica estampa de una mestiza sentada en un banquillo en elpatio o a la puerta de la casa de paja bordando pedazos de raso, chermés, dacrón o seda que más tarde engalanarán algún terno.

El elegante terno de mestiza de buena casta, se complementa con un fino rebozo de santa María y con el rosario de filigrana, que el orfebre yucateco realiza, tejiendoel oro con la magia de sus manos, convirtiéndolo en largas cadenas de tres y cuatro vueltas para adornar el cuello de la mestiza elegante, y a cuyo final pende la venerada cruz del Salvador. 

En el capítulo XXXI del libro “Relación de las cosas de Yucatán”, Fray Diego de Landa, al hablar de los vestidos y adornos de las indias de Yucatán nos da la siguiente descripción, que puede tomarse como un antecedente del terno actual:

“Las indias de la costa y de las provincias de Bacalar y Campeche son muy honestas en su traje, porque allende de la cobertura que traían de la mitad para bajo (fustán) se cubrían los pechos… con una manta cuadrada (jubón); todas las demás no traían de vestidura más que un como saco largo y ancho, abierto por ambas partes y metidas en él hasta los cuadriles”(hipil).
Más adelante el padre Landa habla de “una manta que, cuando iban en camino usaban llevar cubierta, doblada o enrollada” manta que al correr de los años daría origen al rebozo de múltiples usos, variados colores y diversas facturas. La mujer yucateca usa el reboso pringado de Santa María.
El atavío de las “mestizas” se complementa con unas zapatillas cerradas de tacón recto y trabita, que indispensablemente son blancas como la tela del terno. Estas zapatillas pueden ser de piel, charol o forradas de tela, como las describe el poeta Carlos Duarte Moreno en su canción Aires del Mayab: “Muchacha bonita, zapatos de raso bordado de seda te voy a comprar”.

Las mujeres del Mayab peinan su negra cabellera tirándola para atrás, sin raya en medio, y la enrollan sobre sí misma hasta formar un “t’uch”, moño o chongo de pelo que las mujeres se atan en la cabeza, arrollado acomodado en forma de ocho sobre la nuca; es el peinado especial que usan las indígenas y las “mestizas”, llamado también “zorongo”, fijado con una peineta. Sobre el t’uch prenden un hermoso lazo de cinta francesa o de “agua”, realizado con un listón de dos metros de largo por diez centímetros de ancho. Se colocan flores del lado derecho para las mujeres casadas y del izquierdo para las solteras.

Ninguna mestiza se sentirá satisfecha de su atuendo si no lleva al cuello las joyas tradicionales: un rosario de filigrana de oro; otro de corales y una gruesa cadena salomónica de dos vueltas, de la que penden varias monedas y una medalla grande con efigie religiosa. Aretes de filigrana y coral, semanarios y pulso de petatillo de oro complementan su ajuar. Don Santiago Pacheco Cruz, en su libro “Antropología Yucateca” nos da la siguiente información: “Las bailadoras se presentaban trajeadas como sigue: Elegante terno de tela fina blanca, con amplios bordados caprichosamente adornados tanto en la parte inferior como la superior, terminando con anchos encajes en los bordes.

El fustán o falda que se colocaban debajo del terno o hipil también llevaba adorno en el borde, usaban zapatillas blancas adornadas al igual que las medias o sin ellas. Orlaban sus gargantas gruesas cadenas de oro puro, terminando con una hermosa medalla ovalada conteniendo la bella efigie de la Virgen de Guadalupe; otras bailadoras llevaban además elegantes rosarios de filigrana.
Se llenaban los dedos, menos el pulgar, con sendos anillos. El elegante peinado terminaba con hermoso moño, t’uch, atado en una ancha cinta de color violeta, rosa, verde, amarilla o roja; pero lo más atractivo que portaban era el sombrero elegante de jipi que colocaban al revés con la parte trasera por delante y en la que ostentaban un espejito cuadrado o redondo , se desprendían de él dos anchas y muy largas cintas que le colgaban hasta la cintura; se colocaban además otra cinta poco más ancha cruzándose el cuerpo en forma diagonal que, pasando por el hombro derecho, terminaba con una roseta hecha de la misma cinta, con las puntas colgando.”

El terno lo usan las mestizas exclusivamente en las fiestas de la vaquería y con algunas variantes, en las bodas mestizas. En estas ceremonias religiosas la única persona ataviada con el terno es precisamente la novia pero el vestuario difiere de los de la vaquería en el colorido de los ruedos, ya que el que les sirve en las ceremonias nupciales lleva solamente bordados blancos y se complementa con un largo velo de tul que toca el suelo. La cadena salomónica de dos vueltas les sirve como lazo nupcial.

En las otras festividades (cumpleaños, gremios, procesiones, etc.) la mestiza usa invariablemente el hermoso hipil bordado a máquina o en punto de cruz de vivo colores y fustán de popelina rematado con ancho encaje blanco de algodón, calza “capelladas”- sandalias parecidas a las alpargatas masculinas- y se cubre con su inseparable rebozo pringado. Cuando guarda luto por la muerte de algún familiar próximo usa el rebozo y bordados negros.

El atuendo de diario es parecido al anterior pero mucho más modesto, el hipil no lleva bordados, sino una tira estampada y el fustán carece del mencionado encaje de algodón. Generalmente andan descalzas.

El traje del mestizo es igualmente elegante y a tono con el clima cálido de Yucatán. Consta de pantalón blanco de corte recto con valenciana, bolsas verticales a los lados y horizontales en la parte trasera; filipina blanca de manga larga y cuello alto y redondo, sin solapa, que usan sobre una camiseta igualmente blanca de algodón, de media manga; los pudientes cierran esta prenda con fina abotonadura de oro.

Por tradición, los hombres también deben vestir de mestizos, con pantalón de dril y guayabera de seda o lino, ambos de color blanco. Dependiendo de la ocasión y el clima el hombre utiliza la guayabera en distintos colores, generalmente claros, la cual se utiliza dependiendo de la ocasión y el clima. La filipina es una variante de la guayabera utilizada desde finales del siglo XIX y a la que se considera la prenda típica del mestizo. Llevan sombrero blanco de jipi o palmilla (ajustado con una angosta cinta negra), de dos pedradas al frente, elaborado en Ticul o Halachó. Calzan alpargatas blancas “chillonas” de cuero de vaqueta, de tacón alto y grueso. Complementan su atavío con pañuelo rojo y grande, el “paliacate”, que llevan colgado de la bolsa lateral derecha o alrededor del cuello cuando tienen la chamarra abierta.El traje del diario consta de pantalón recto de mezclilla y camisa cerrada por dos botones de hueso, de manta rayada o cotín. Sombrero de palma, con costura de araña azul o verde. Sin faltarles el inseparable paliacate.A lo largo del año, hay oportunidad de ver excelentes muestras de la danza en diversos espectáculos públicos; sin embargo es también muy recomendable acudir a una vaquería tradicional, donde la muestra es tal vez menos espectacular, pero más auténtica.

El traje de trabajo o de faena consta de calzón largo de manta, ceñido a la cintura por un delantal del cotín, camiseta de hilo de manga larga, sombrero de palma y alpargatas de plantillas de cuero, sin tacones, sujetadas a los pies con un hilo de henequén corchado que se enrollan hasta los tobillos. Llevan invariablemente un “sabukán” de henequén donde portan sus instrumentos de labranza y sus alimentos y un calabazo o “chuh” donde llevan agua o agua miel para prepara su “pozol”.



La jarana yucateca es una excelente muestra de la
danza mestiza, el arte manual
y la colorida tradición del folklore mexicano.

LEYENDAS MAYAS, PRESENTACION




Nadie podría decir hace cuánto tiempo ocurrió, lo cierto es que un día vivieron en El Mayab, hoy Yucatán, hombres que soñaron una época en la cual el mundo fue muy distinto al suyo. Algunos estaban intrigados por conocer el origen de la tierra; otros querían saber cómo fueron los primeros hombres, y no faltó quien sintiera curiosidad, por enterarse de la apariencia que una vez tuvieron los animales.
Para descubrir esos secretos, hubo quien se acomodó a la sombra de una ceiba y viajó con la imaginación al pasado; quizá alguien más escuchó con toda atención al viento, hasta lograr entender las voces que viajan en él... Tal vez un maya fue capaz de comprender el lenguaje de las aves y el venado, cuando éstos contaban sus historias.
Esos mayas de ayer mezclaron un poco de realidad con mucha imaginación; así crearon numerosas leyendas, que se han contado una y otra vez desde los tiempos antiguos. Algunas de ellas las encontrarás en este libro; esperamos que con tu fantasía, viajes a El Mayab y seas parte de él.
TOMADO DE http://bibliotecadigital.ilce.edu.mx


El Mayab, la tierra
del faisán y del venado

ace mucho, pero mucho tiempo, el señor Itzamná decidió crear una tierra que fuera tan hermosa que todo aquél que la conociera quisiera vivir allí, enamorado de su belleza. Entonces creó El Mayab, la tierra de los elegidos, y sembró en ella las más bellas flores que adornaran los caminos, creó enormes cenotes cuyas aguas cristalinas reflejaran la luz del sol y también profundas cavernas llenas de misterio. Después, Itzamná le entregó la nueva tierra a los mayas y escogió tres animales para que vivieran por siempre en El Mayab y quien pensara en ellos lo recordara de inmediato. Los elegidos por Itzamná fueron el faisán, el venado y la serpiente de cascabel. Los mayas vivieron felices y se encargaron de construir palacios y ciudades de piedra. Mientras, los animales que escogió Itzamná no se cansaban de recorrer El Mayab. El faisán volaba hasta los árboles más altos y su grito era tan poderoso que podían escucharle todos los habitantes de esa tierra. El venado corría ligero como el viento y la serpiente movía sus cascabeles para producir música a su paso.
Así era la vida en El Mayab, hasta que un día, los chilam, o sea los adivinos mayas, vieron en el futuro algo que les causó gran tristeza. Entonces, llamaron a todos los habitantes, para anunciar lo siguiente: —Tenemos que dar noticias que les causarán mucha pena. Pronto nos invadirán hombres venidos de muy lejos; traerán armas y pelearán contra nosotros para quitarnos nuestra tierra. Tal vez no podamos defender El Mayab y lo perderemos.
Al oír las palabras de los chilam, el faisán huyó de inmediato a la selva y se escondió entre las yerbas, pues prefirió dejar de volar para que los invasores no lo encontraran.
Cuando el venado supo que perdería su tierra, sintió una gran tristeza; entonces lloró tanto, que sus lágrimas formaron muchas aguadas. A partir de ese momento, al venado le quedaron los ojos muy húmedos, como si estuviera triste siempre.
Sin duda, quien más se enojó al saber de la conquista fue la serpiente de cascabel; ella decidió olvidar su música y luchar con los enemigos; así que creó un nuevo sonido que produce al mover la cola y que ahora usa antes de atacar. 
Como dijeron los chilam, los extranjeros conquistaron El Mayab. Pero aún así, un famoso adivino maya anunció que los tres animales elegidos por Itzamná cumplirán una importante misión en su tierra. Los mayas aún recuerdan las palabras que una vez dijo:
—Mientras las ceibas estén en pie y las cavernas de El Mayab sigan abiertas, habrá esperanza. Llegará el día en que recobraremos nuestra tierra, entonces los mayas deberán reunirse y combatir. Sabrán que la fecha ha llegado cuando reciban tres señales. La primera será del faisán, quien volará sobre los árboles más altos y su sombra podrá verse en todo El Mayab. La segunda señal la traerá el venado, pues atravesará esta tierra de un solo salto. La tercera mensajera será la serpiente de cascabel, que producirá música de nuevo y ésta se oirá por todas partes. Con estas tres señales, los animales avisarán a los mayas que es tiempo de recuperar la tierra que les quitaron.
Ése fue el anuncio del adivino, pero el día aún no llega. Mientras tanto, los tres animales se preparan para estar listos. Así, el faisán alisa sus alas, el venado afila sus pezuñas y la serpiente frota sus cascabeles. Sólo esperan el momento de ser los mensajeros que reúnan a los mayas para recobrar El Mayab. 

http://bibliotecadigital.ilce.edu.mx


El pájaro dziú

uentan por ahí, que una mañana, Chaac, el Señor de la Lluvia, sintió deseos de pasear y quiso recorrer los campos de El Mayab. Chaac salió muy contento, seguro de que encontraría los cultivos fuertes y crecidos, pero apenas llegó a verlos, su sorpresa fue muy grande, pues se encontró con que las plantas estaban débiles y la tierra seca y gastada. Al darse cuenta de que las cosechas serían muy pobres, Chaac se preocupó mucho. Luego de pensar un rato, encontró una solución: quemar todos los cultivos, así la tierra recuperaría su riqueza y las nuevas siembras serían buenas.
Después de tomar esa decisión, Chaac le pidió a uno de sus sirvientes que llamara a todos los pájaros de El Mayab. El primero en llegar fue el dziú, un pájaro con plumas de colores y ojos cafés. Apenas se acomodaba en una rama cuando llegó a toda prisa el toh, un pájaro negro cuyo mayor atractivo era su larga cola llena de hermosas plumas. El toh se puso al frente, donde todos pudieran verlo.
Poco a poco se reunieron las demás aves, entonces Chaac les dijo:
—Las mandé llamar porque necesito hacerles un encargo tan importante, que de él depende la existencia de la vida. Muy pronto quemaré los campos y quiero que ustedes salven las semillas de todas las plantas, ya que esa es la única manera de sembrarlas de nuevo para que haya mejores cosechas en el futuro. Confío en ustedes; váyanse pronto, porque el fuego está por comenzar.
En cuanto Chaac terminó de hablar el pájaro dziú pensó:
—Voy a buscar la semilla del maíz; yo creo que es una de las más importantes para que haya vida.
Y mientras, el pájaro toh se dijo:
—Tengo que salvar la semilla del maíz, todos me van a tener envidia si la encuentro yo primero.
Así, los dos pájaros iban a salir casi al mismo tiempo, pero el toh vio al dziú y quiso adelantarse; entonces se atravesó en su camino y lo empujó para irse él primero. Al dziú no le importó y se fue con calma, pero muy decidido a lograr su objetivo.
El toh voló tan rápido, que en poco tiempo ya les llevaba mucha ventaja a sus compañeros. Ya casi llegaba a los campos, pero se sintió muy cansado y se dijo:
—Voy a descansar un rato. Al fin que ya voy a llegar y los demás todavía han de venir lejos.
Entonces, el toh se acostó en una vereda. Según él sólo iba a descansar mas se durmió sin querer, así que ni cuenta se dio de que ya empezaba a anochecer y menos de que su cola había quedado atravesada en el camino. El toh ya estaba bien dormido, cuando muchas aves que no podían volar pasaron por allí y como el pájaro no se veía en la oscuridad, le pisaron la cola.
Al sentir los pisotones, el toh despertó, y cuál sería su sorpresa al ver que en su cola sólo quedaba una pluma. Ni idea tenía de lo que había pasado, pero pensó en ir por la semilla del maíz para que las aves vieran su valor y no se fijaran en su cola pelona.
Mientras tanto, los demás pájaros ya habían llegado a los cultivos. La mayoría tomó la semilla que le quedaba más cerca, porque el incendio era muy intenso. Ya casi las habían salvado todas, sólo faltaba la del maíz. El dziú volaba desesperado en busca de los maizales, pero había tanto humo que no lograba verlos. En eso, llegó el toh, mas cuando vio las enormes llamas, se olvidó del maíz y decidió tomar una semilla que no ofreciera tanto peligro. Entonces, voló hasta la planta del tomate verde, donde el fuego aún no era muy intenso y salvó las semillas.
En cambio, al dziú no le importó que el fuego le quemara las alas; por fin halló los maizales, y con gran valentía, fue hasta ellos y tomó en su pico unos granos de maíz.
El toh no pudo menos que admirar la valentía del dziú y se acercó a felicitarlo. Entonces, los dos pájaros se dieron cuenta que habían cambiado: los ojos del toh ya no eran negros, sino verdes como el tomate que salvó, y al dziú le quedaron las alas grises y los ojos rojos, pues se acercó demasiado al fuego.
Chaac y las aves supieron reconocer la hazaña del dziú, por lo que se reunieron para buscar la manera de premiarlo. Y fue precisamente el toh, avergonzado por su conducta, quien propuso que se le diera al dziú un derecho especial:
—Ya que el dziú hizo algo por nosotros, ahora debemos hacer algo por él. Yo propongo que a partir de hoy, pueda poner sus huevos en el nido de cualquier pájaro y que prometamos cuidarlos como si fueran nuestros.
Las aves aceptaron y desde entonces, el dziú no se preocupa de hacer su hogar ni de cuidar a sus crías. Sólo grita su nombre cuando elige un nido y los pájaros miran si acaso fue el suyo el escogido, dispuestos a cumplir su promesa.



La xkokolché

ra ya de noche en El Mayab, cuando la xkokolché tocó a la puerta de una casa muy rica; ese día había volado de un lugar a otro para pedir trabajo, pero nadie quería dárselo.
Uno de los criados principales salió a atender su llamado, y al ver el plumaje opaco y cenizo de la xkokolché, estuvo a punto de decirle que se fuera, cuando recordó que necesitaba una sirvienta para las tareas que nadie aceptaba hacer, así que la contrató.
A partir de entonces, la xkokolché trabajó escondida en la cocina, porque le dijeron que si un día la hija de los dueños se encontraba con ella, la correría por fea. Esa hija era la chacdzidzib, o cardenal, una pájara muy consentida, quien estaba tan orgullosa de su bello plumaje rojo y del copete que adornaba su frente, que se creía merecedora de todas las atenciones.
La xkokolché vivía triste y solitaria, pues nadie se acercaba a platicar con ella. Así pasó el tiempo, hasta que un día, la chacdzidzib tuvo un capricho: se le ocurrió aprender a cantar. De inmediato, sus padres contrataron al pájaro clarín, que era el mejor maestro de canto.
El clarín empezó a dar sus clases; llegaba por la tarde y pasaba horas tratando que su alumna aprendiera a cantar, pero era inútil. La chacdzidzib era una estudiante muy floja, le aburría practicar y se distraía en las clases.
Y aunque el clarín no lo sabía, tenía otra alumna dedicada y estudiosa: la xkokolché, que escondida en la cocina, cada clase estaba atenta a las explicaciones del maestro y después repetía la lección, de esa forma olvidaba su soledad.
Muy pronto la xkokolché llegó a cantar aún más bonito que el clarín, a diferencia de la presumida chacdzidzib, cuya voz era ronca y desafinada. El maestro se cansó de tratar de enseñarle a una alumna tan mala, así que renunció a darle clase.
A la chacdzidzib eso no le importó mucho, pues se entretuvo con otro capricho, pero a la xkokolché se le acabó su único entretenimiento. Para consolarse, inventaba una canción todas las noches. Nadie sabía de dónde venía ese canto, pero al oírlo, todos los animales se quedaban en silencio y escuchaban.
A quien más le gustaba esa canción era al cenzontle. Ya había buscado por todas partes al ave de la bella voz, hasta que una noche fue invitado a cenar a casa de la chacdzidzib. A la mitad de la cena, oyó la voz que tan bien conocía, entonces se levantó de la mesa y entró a las habitaciones, con la esperanza de encontrar a la cantante.
Así, llegó a la cocina y vio a la xkokolché cantando. El cenzontle no quiso interrumpirla y se fue sin hacer ruido, pero regresó cada noche a escucharla.
El cenzontle se dio cuenta de la soledad en que vivía la xkokolché y conmovido, una madrugada entró a la cocina y se la robó. Al día siguiente la presentó con los animales y les dijo que ella era el ave del hermoso canto que se oía en las noches; como la recibieron con cariño, la xkokolché cantó aún mejor. Desde entonces, su canto logra que los pájaros se sientan tristes y felices al mismo tiempo, por eso todos la admiran. Bueno, casi todos, porque la chacdzidzib no disfruta al escuchar a su antigua sirvienta, ya que le recuerda que aunque ella es muy bonita, no puede cantar igual.



La boda de la xdzunuúm

na mañana llena de sol, la colibrí, o xdzunuúm que es su nombre en lengua maya, estaba parada sobre la rama de una ceiba y lloraba al contemplar su pequeño nido a medio hacer. Y es que a pesar de que llevaba días buscando materiales para construir su casa, sólo había encontrado unas cuantas ramas y hojas que no le alcanzaban. La xdzunuúm quería acabar su nido pronto, pues ahí viviría cuando se casara, pero era muy pobre y cada vez le parecía más difícil terminar su hogar y poder organizar su boda.
La xdzunuúm era tan pequeña que su llanto apenas se escuchaba; la única en oírlo fue la xkokolché, quien voló de rama en rama hasta encontrar a la triste pajarita. Al verla, le preguntó:
—¿Qué te pasa, amiga xdzunuúm?
—¡Ay! Mi pena es muy grande —sollozó más fuerte la xdzunuúm.
—Cuéntamela, tal vez yo pueda ayudarte —dijo la xkokolché.
—¡No! Nadie puede remediar mi dolor —chilló la xdzunuúm.
—Ándale, platícame qué tienes —insistió la xkokolché.
—Bueno —accedió la xdzunuúm—. Fíjate que me quiero casar, pero mi novio y yo somos tan pobres que no tenemos nido ni podemos hacer la fiesta.
—¡Uy! Eso sí que es un problema, porque yo soy pobre también —respondió la xkokolché.
—¿Lo ves? Te lo dije, nadie me puede ayudar —gritó la xdzunuúm.
—No llores, espérate, ahorita se me ocurre algo —aseguró la xkokolché.
Las dos aves pensaron un rato; desesperada, la xdzunuúm ya iba a llorar de nuevo, cuando la xkokolché tuvo una idea:
—Mira, tú y yo solas no vamos a poder con la boda. Tenemos que llamar a otros animales para que nos ayuden.
Apenas acabó de hablar, la xkokolché entonó una canción en maya, que decía así:
U tul chichan chiich, u kat socobel, ma tu patal xun, minaan y nuucul.
De esta forma, la xkokolché contaba que una pajarita se quería casar, pero no tenía recursos para hacerlo. Luego repitió la canción; como su voz era tan dulce, algunos animales y hasta el agua y los árboles se acercaron a escucharla. Cuando ella los vio muy atentos a sus palabras, les pidió ayuda con este canto:
Minaan u xbakal, minaan u nokil, minaan u xanbil, minaan u xacheil, minaan u neeneíl, minaan u chu-cí, minaan u necteíl.
Con esas palabras, la xkokolché les explicaba:
No tiene el collar, no tiene el vestido, no tiene los zapatos, no tiene el peine, no tiene el espejo, no tiene los dulces, no tiene las flores.

Mientras la xkokolché cantaba, la xdzunuúm derramaba gruesos lagrimones. Así, entre las dos lograron que todos los presentes quisieran ayudar. Por un momento, se quedaron callados, luego, se escucharon varias voces:
—Que se haga la boda, yo daré el collar —dijo el ave xomxaníl, dispuesta a prestar el adorno amarillo que tenía en el pecho.
—Que se haga la boda, yo daré el vestido —ofreció la araña y empezó a tejer una tela muy fina para vestir a la novia.
—Que se haga la boda, yo daré los zapatos —aseguró el venado.
—Que se haga la boda, yo daré el peine —prometió la iguana y se quitó algunas púas de las que cubren su lomo.
—Que se haga la boda, yo daré el espejo —afirmó el cenote, pues su agua era tan cristalina que en ella podría contemplarse la novia.
—Que se haga la boda, yo daré los dulces —se comprometió la abeja y se fue a traer la miel de su panal.
Con eso, ya estaba listo lo necesario para la boda. La xdzunuúm lloró de nuevo, pero ahora de alegría. Luego, voló a buscar al novio y le dijo que ya podían casarse. A los pocos días, se celebró una gran boda, y por supuesto, la xkokolché fue la madrina. En la fiesta hubo de todo, porque los invitados llevaron muchos regalos. Desde entonces, la xdzunuúm dejó de lamentar su pobreza, pues supo que contaba con grandes amigos en el mundo maya.

El chom







uenta la leyenda que en Uxmal, una de las ciudades más
importantes de El Mayab, vivió un rey al que le gustaban mucho las fiestas. Un día, se le ocurrió organizar un gran festejo en su palacio para honrar al Señor de la Vida, llamado Hunab ku, y agradecerle por todos los dones que había dado a su pueblo.

El rey de Uxmal ordenó con mucha anticipación los preparativos para la fiesta. Además invitó a príncipes, sacerdotes y guerreros de los reinos vecinos, seguro de que su festejo sería mejor que cualquier otro y que todos lo envidiarían después. Así, estuvo pendiente de que su palacio se adornara con las más raras flores, además de que se prepararan deliciosos platillos con carnes de venado y pavo del monte. Y no podía faltar el balché, un licor embriagante que le encantaría a los invitados.
Por fin llegó el día de la fiesta. El rey de Uxmal se vistió con su traje de mayor lujo y se cubrió con finas joyas; luego, se asomó a la terraza de su palacio y desde allí contempló con satisfacción su ciudad, que se veía más bella que nunca. Entonces se le ocurrió que ese era un buen lugar para que la comida fuera servida, pues desde allí todos los invitados podrían contemplar su reino. El rey de Uxmal ordenó a sus sirvientes que llevaran mesas hasta la terraza y las adornaran con flores y palmas. Mientras tanto, fue a recibir a sus invitados, que usaban sus mejores trajes para la ocasión.
Los sirvientes tuvieron listas las mesas rápidamente, pues sabían que el rey estaba ansioso por ofrecer la comida a los presentes. Cuando todo quedó acomodado de la manera más bonita, dejaron sola la comida y entraron al palacio para llamar a los invitados.
Ese fue un gran error, porque no se dieron cuenta de que sobre la terraza del palacio volaban unos zopilotes, o chom, como se les llama en lengua maya. En ese entonces, estos pájaros tenían plumaje de colores y elegantes rizos en la cabeza. Además, eran muy tragones y al ver tanta comida se les antojó. Por eso estuvieron un rato dando vueltas alrededor de la terraza y al ver que la comida se quedó sola, los chom volaron hasta la terraza y en unos minutos se la comieron toda.
Justo en ese momento, el rey de Uxmal salió a la terraza junto con sus invitados. El monarca se puso pálido al ver a los pájaros saborearse el banquete.
Enojadísimo, el rey gritó a sus flecheros:
—¡Maten a esos pájaros de inmediato!
Al oír las palabras del rey, los chom escaparon a toda prisa; volaron tan alto que ni una sola flecha los alcanzó.
—¡Esto no se puede quedar así! —gritó el rey de Uxmal— Los chom deben ser castigados.
—No se preocupe, majestad; pronto hallaremos la forma de cobrar esta ofensa —contestó muy serio uno de los sacerdotes, mientras recogía algunas plumas de zopilote que habían caído al suelo.
Los hombres más sabios se encerraron en el templo; luego de discutir un rato, a uno de ellos se le ocurrió cómo castigarlos. Entonces, tomó las plumas de chom y las puso en un bracero para quemarlas; poco a poco, las plumas perdieron su color hasta volverse negras y opacas.
Después, uno de los sacerdotes las molió hasta convertirlas en un polvo negro muy fino, que echó en una vasija con agua. Pronto, el agua se volvió un caldo negro y espeso. Una vez que estuvo listo, los sacerdotes salieron del templo. Uno de ellos buscó a los sirvientes y les dijo:

—Lleven comida a la terraza del palacio, la necesitamos para atraer a los zopilotes.
La orden fue obedecida de inmediato y pronto hubo una mesa llena de platillos y muchos chom que volaban alrededor de ella. Como el día de la fiesta todo les había salido muy bien, no lo pensaron dos veces y bajaron a la terraza para disfrutar de otro banquete.
Pero no contaban con que esta vez los hombres se escondieron en la terraza; apenas habían puesto las patas sobre la mesa, cuando dos sacerdotes salieron de repente y lanzaron el caldo negro sobre los chom, mientras repetían unas palabras extrañas. Uno de ellos alzó la voz y dijo:
—No lograrán huir del castigo que merecen por ofender al rey de Uxmal. Robaron la comida de la fiesta de Hunab ku, el Señor que nos da la vida, y por eso jamás probarán de nuevo alimentos tan exquisitos. A partir de hoy estarán condenados a comer basura y animales muertos, sólo de eso se alimentarán.
Al oír esas palabras y sentir sus plumas mojadas, los chom quisieron escapar volando muy alto, con la esperanza de que el sol les secara las plumas y acabara con la maldición, pero se le acercaron tanto, que sus rayos les quemaron las plumas de la cabeza. Cuando los chom sintieron la cabeza caliente, bajaron de uno en uno a la tierra; pero al verse, su sorpresa fue muy grande. Sus plumas ya no eran de colores, sino negras y resecas, porque así las había vuelto el caldo que les aventaron los sacerdotes. Además, su cabeza quedó pelona. Desde entonces, los chom vuelan lo más alto que pueden, para que los demás no los vean y se burlen al verlos tan cambiados. Sólo bajan cuando tienen hambre, a buscar su alimento entre la basura, tal como dijeron los sacerdotes.


El cocay








uizá alguna noche en el campo hayas visto una chispa de luz
que brilla y se mueve de un lado a otro; esa luz la produce el cocay, que es el nombre que le dan los mayas a la luciérnaga. Ellos saben cómo fue que este insecto creó su luz, esta es la historia que cuentan:

Había una vez un Señor muy querido por todos los habitantes de El Mayab, porque era el único que podía curar todas las enfermedades. Cuando los enfermos iban a rogarle que los aliviara, él sacaba una piedra verde de su bolsillo; después, la tomaba entre sus manos y susurraba algunas palabras. Eso era suficiente para sanar cualquier mal.
Pero una mañana, el Señor salió a pasear a la selva; allí quiso acostarse un rato y se entretuvo horas completas al escuchar el canto de los pájaros. De pronto, unas nubes negras se apoderaron del cielo y empezó a caer un gran aguacero. El Señor se levantó y corrió a refugiarse de la lluvia, pero por la prisa, no se dio cuenta que su piedra verde se le salió del bolsillo. Al llegar a su casa lo esperaba una mujer para pedirle que sanara a su hijo, entonces el Señor buscó su piedra y vio que no estaba. Muy preocupado, quiso salir a buscarla, pero creyó que se tardaría demasiado en hallarla, así que mandó reunir a varios animales.
Pronto llegaron el venado, la liebre, el zopilote y el cocay. Muy serio, el Señor les dijo:
—Necesito su ayuda; perdí mi piedra verde en la selva y sin ella no puedo curar. Ustedes conocen mejor que nadie los caminos, las cavernas y los rincones de la selva; busquen ahí mi piedra, quien la encuentre, será bien premiado.
Al oír esas últimas palabras, los animales corrieron en busca de la piedra verde. Mientras, el cocay, que era un insecto muy empeñado, volaba despacio y se preguntaba una y otra vez:
—¿Dónde estará la piedra? Tengo que encontrarla, sólo así el Señor podrá curar de nuevo.
Y aunque el cocay fue desde el inicio quien más se ocupó de la búsqueda, el venado encontró primero la piedra. Al verla tan bonita, no quiso compartirla con nadie y se la tragó.



—Aquí nadie la descubrirá —se dijo—. A partir de hoy, yo haré las curaciones y los enfermos tendrán que pagarme por ellas.
Pero en cuanto pensó esas palabras, el venado se sintió enfermo; le dio un dolor de panza tan fuerte que tuvo que devolver la piedra; luego huyó asustado.

Entre tanto, el cocay daba vueltas por toda la selva. Se metía en los huecos más pequeños, revisaba todos los rincones y las hojas de las plantas. No hablaba con nadie, sólo pensaba en qué lugar estaría la piedra verde.

Para ese entonces, los animales que iniciaron la búsqueda ya se habían cansado. El zopilote volaba demasiado alto y no alcanzaba a ver el suelo, la liebre corría muy aprisa sin ver a su alrededor y el venado no quería saber nada de la piedra; así, hubo un momento en que el único en buscar fue el cocay.

Un día, después de horas enteras de meditar sobre el paradero de la piedra, el cocay sintió un chispazo de luz en su cabeza: —¡Ya sé dónde está! —gritó feliz, pues había visto en su mente el lugar en que estaba la piedra. Voló de inmediato hacia allí y aunque al principio no se dio cuenta, luego sintió cómo una luz salía de su cuerpo e iluminaba su camino.
Muy pronto halló la piedra y más pronto se la llevó a su dueño.

—Señor, busqué en todos los rincones de la selva y por fin hoy di con tu piedra —le dijo el cocay muy contento, al tiempo que su cuerpo se encendía.
—Gracias, cocay —le contestó el Señor— veo que tú mismo has logrado una recompensa.

Esa luz que sale de ti representa la nobleza de tus sentimientos y lo
brillante de tu inteligencia. Desde hoy te acompañará siempre para guiar tu vida. 
El cocay se despidió muy contento y fue a platicarle a los animales lo que había pasado.
Todos lo felicitaron por su nuevo don, menos la liebre, que sintió envidia de la luz del cocay y quiso robársela.
—Esa chispa me quedaría mejor a mí; ¿qué tal se me vería en un collar? —pensó la liebre.
Así, para lograr su deseo, esperó a que el cocay se despidiera y comenzó a seguirlo por el monte.
—¡Cocay! Ven, enséñame tu luz —le gritó al insecto cuando estuvo seguro de que nadie los veía.
—Claro que sí —dijo el cocay y detuvo su vuelo. Entonces, la liebre aprovechó y ¡zas! le saltó encima. El cocay quedó aplastado bajo su panza y ya casi no podía respirar cuando la liebre empezó a saltar de un lado a otro, porque creía que el cocay se le había escapado.
El cocay empezó a volar despacio para esconderse de la liebre. Ahora, fue él quien la persiguió un rato y en cuanto la vio distraída, quiso desquitarse. Entonces, voló arriba de ella y se puso encima de su frente, al mismo tiempo que se iluminaba. La liebre se llevó un susto terrible, pues creyó que le había caído un rayo en la cabeza y aunque brincaba, no podía apagar el fuego, pues el cocay seguía volando sobre ella.
En eso, llegó hasta un cenote y en su desesperación, creyó que lo mejor era echarse al agua, sólo así evitaría que se le quemara la cabeza. Pero en cuanto saltó, el cocay voló lejos y desde lo alto se rió mucho de la liebre, que trataba de salir del cenote toda empapada.
Desde entonces, hasta los animales más grandes respetan al cocay, no vaya a ser que un día los engañe con su luz.

La piel del venado








os mayas cuentan que hubo una época en la cual la piel
del venado era distinta a como hoy la conocemos. En ese tiempo, tenía un color muy claro, por eso el venado podía verse con mucha facilidad desde cualquier parte del monte. Gracias a ello, era presa fácil para los cazadores, quienes apreciaban mucho el sabor de su carne y la resistencia de su piel, que usaban en la.construcción de escudos para los guerreros. Por esas razones, el venado era muy perseguido y estuvo a punto de desaparecer de El Mayab.

Pero un día, un pequeño venado bebía agua cuando escuchó voces extrañas; al voltear vio que era un grupo de cazadores que disparaban sus flechas contra él. Muy asustado, el cervatillo corrió tan veloz como se lo permitían sus patas, pero sus perseguidores casi lo atrapaban. Justo cuando una flecha iba a herirlo, resbaló y cayó dentro de una cueva oculta por matorrales.
En esta cueva vivían tres genios buenos, quienes escucharon al venado quejarse, ya que se había lastimado una pata al caer. Compadecidos por el sufrimiento del animal, los genios aliviaron sus heridas y le permitieron esconderse unos días. El cervatillo estaba muy agradecido y no se cansaba de lamer las manos de sus protectores, así que los genios le tomaron cariño.
En unos días, el animal sanó y ya podía irse de la cueva. Se despidió de los tres genios, pero antes de que se fuera, uno de ellos le dijo:
—¡Espera! No te vayas aún; queremos concederte un don, pídenos lo que más desees.
El cervatillo lo pensó un rato y después les dijo con seriedad:
—Lo que más deseo es que los venados estemos protegidos de los hombres, ¿ustedes pueden ayudarme?
—Claro que sí —aseguraron los genios. Luego, lo acompañaron fuera de la cueva. Entonces uno de los genios tomó un poco de tierra y la echó sobre la piel del venado, al mismo tiempo que otro de ellos le pidió al sol que sus rayos cambiaran de color al animal. Poco a poco, la piel del cervatillo dejó de ser clara y se llenó de manchas, hasta que tuvo el mismo tono que la tierra que cubre el suelo de El Mayab. En ese momento, el tercer genio dijo:


—A partir de hoy, la piel de los venados tendrá el color de nuestra tierra y con ella será confundida. Así los venados se ocultarán de los cazadores, pero si un día están en peligro, podrán entrar a lo más profundo de las cuevas, allí nadie los encontrará.
El cervatillo agradeció a los genios el favor que le hicieron y corrió a darles la noticia a sus compañeros. Desde ese día, la piel del venado representa a El Mayab: su color es el de la tierra y las manchas que la cubren son como la entrada de las cuevas. Todavía hoy, los venados sienten gratitud hacia los genios, pues por el don que les dieron muchos de ellos lograron escapar de los cazadores y todavía habitan la tierra de los mayas. 



Cuando el tunkuluchú canta...

n El Mayab vive un ave misteriosa, que siempre anda sola y vive entre las ruinas. Es el tecolote o tunkuluchú, quien hace temblar al maya con su canto, pues todos saben que anuncia la muerte.
Algunos dicen que lo hace por maldad, otros, porque el tunkuluchú disfruta al pasearse por los cementerios en las noches oscuras, de ahí su gusto por la muerte, y no falta quien piense que hace muchos años, una bruja maya, al morir, se convirtió en el tecolote.
También existe una leyenda, que habla de una época lejana, cuando el tunkuluchú era considerado el más sabio del reino de las aves. Por eso, los pájaros iban a buscarlo si necesitaban un consejo y todos admiraban su conducta seria y prudente.
Un día, el tunkuluchú recibió una carta, en la que se le invitaba a una fiesta que se llevaría a cabo en el palacio del reino de las aves. Aunque a él no le gustaban los festejos, en esta ocasión decidió asistir, pues no podía rechazar una invitación real. Así, llegó a la fiesta vestido con su mejor traje; los invitados se asombraron mucho al verlo, pues era la primera vez que el tunkuluchú iba a una reunión como aquella.
De inmediato, se le dio el lugar más importante de la mesa y le ofrecieron los platillos más deliciosos, acompañados por balché, el licor maya. Pero el tunkuluchú no estaba acostumbrado al balché y apenas bebió unas copas, se emborrachó. Lo mismo le ocurrió a los demás invitados, que convirtieron la fiesta en puros chiflidos y risas escandalosas.
Entre los más chistosos estaba el chom, quien adornó su cabeza pelona con flores y se reía cada vez que tropezaba con alguien. En cambio, la chachalaca, que siempre era muy ruidosa, se quedó callada. Cada ave quería ser la de mayor gracia, y sin querer, el tunkuluchú le ganó a las demás. Estaba tan borracho, que le dio por decir chistes mientras danzaba y daba vueltas en una de sus patas, sin importarle caerse a cada rato.
En eso estaban, cuando pasó por ahí un maya conocido por ser de veras latoso. Al oír el alboroto que hacían los pájaros, se metió a la fiesta dispuesto a molestar a los presentes. Y claro que tuvo oportunidad de hacerlo, sobre todo después de que él también se emborrachó con el balché.
El maya comenzó a reírse de cada ave, pero pronto llamó su atención el tunkuluchú. Sin pensarlo mucho, corrió tras él para jalar sus plumas, mientras el mareado pájaro corría y se resbalaba a cada momento. Después, el hombre arrancó una espina de una rama y buscó al tunkuluchú; cuando lo encontró, le picó las patas. Aunque el pájaro las levantaba una y otra vez, lo único que logró fue que las aves creyeran que le había dado por bailar y se rieran de él a más no poder.

Fue hasta que el maya se durmió por la borrachera que dejó de molestarlo. La fiesta había terminado y las aves regresaron a sus nidos todavía mareadas; algunas se carcajeaban al recordar el tremendo ridículo que hizo el tunkuluchú. El pobre pájaro sentía coraje y vergüenza al mismo tiempo, pues ya nadie lo respetaría luego de ese día.
Entonces, decidió vengarse de la crueldad del maya. Estuvo días enteros en la búsqueda del peor castigo; era tanto su rencor, que pensó que todos los hombres debían pagar por la ofensa que él había sufrido. Así, buscó en sí mismo alguna cualidad que le permitiera desquitarse y optó por usar su olfato. Luego, fue todas las noches al cementerio, hasta que aprendió a reconocer el olor de la muerte; eso era lo que necesitaba para su venganza.
Desde ese momento, el tunkuluchú se propuso anunciarle al maya cuando se acerca su hora final. Así, se para cerca de los lugares donde huele que pronto morirá alguien y canta muchas veces. Por eso dicen que cuando el tunkuluchú canta, el hombre muere. Y no pudo escoger mejor desquite, pues su canto hace temblar de miedo a quien lo escucha.